febrero 22, 2009

Compro, luego existo


Esta obra de Guadalupe Loaeza es un reflejo de la realidad que se vivió en los años noventas en las sociedades de clase alta en México; sin embargo, las cosas no han cambiado del todo, puesto que sus características, intereses e incluso costumbres, siendo las mismas que hace 17 años.

El libro narra el estilo de vida y la idiosincrasia de un grupo “selecto” de tres amigas “bien” y una no tan “bien” y a través de sus historias se puede descubrir con cierto asombro, un poco de incredulidad y hasta ridícula, la manera en que sus mundos giran completamente alrededor no tanto del dinero sino como de lo que se posee y se puede llegar a poseer con solo desearlo y tener una ilimitada tarjeta de crédito.

Ubicada en 1992 exactamente, justo cuando las esperanzas económicas del pueblo mexicano, de todas las clases sociales, estaban en el recién firmado Tratado de Libre Comercio, comienza a narrarse la historia de Sofía, una mujer de 45 años quien disfrutaba de unas vacaciones en Nueva York después de regresar de su viaje por París. Sofía era una compradora compulsiva que no le daba tregua a su American Express a pesar del remordimiento que siempre la embargaba después de utilizarla al comprar algún lujoso artículo (algunos innecesarios) de marcas prestigiadas en las tiendas más caras de la 5ta Avenida. Sin embargo, rápidamente se justificaba así misma y a su compra con alguna frase que la tranquilizaba momentáneamente, justo a tiempo para volver a hacer uso de su adorada tarjetita.

Sofía sentía un enorme bienestar al comprar compulsivamente. Comprar la hacía sentir segura, importante, bella, joven y con poder; eso la tenía adicta. Su necesidad de encajar en un mundo ficticio y superficial la hacía vulnerable frente a cualquier producto que le ofreciera cualquiera de estos beneficios. Una mujer con clase, completamente materialista; esposa de un hombre infiel completamente enajenado de los sentimientos de su mujer; madre de tres hijos igualmente materialistas o por lo menos, su hija de 17 años, cuya esfera social estaba conducida por las posesiones y las poses: el vestir, que y donde comer, las compañías, las escuelas y un sinfín de superficialidades.

Ana Paula es la típica “nueva rica”. Su esposo, banquero, ha logrado obtener los recursos para ofrecerle a su familia una vida de ricos pero, pese a que pueden comprar lo que se les apetezca, no logran encajar en el grupo social de la gente “bien”. Ana Paula y su esposo Alberto, son personas provenientes de la clase media y que han procurado que sus hijos se involucren con los de la clase alta en las mejores escuelas y talleres, para que “se sientan orgullosos de donde estudian y de lo que tienen, más que de por quienes son”.

En su afán de agradar a sus “amigas”, Ana Paula gasta a diestra y siniestra en artículos que ella siente, le dan “categoría”, exagera en su forma de vestir, en sus modos, en la decoración de su casa e incluso, en las cosas más mínimas (como las bebidas de su cena y las galletas en las copas de menta) por tal de sobresalir y ganarse el respeto y admiración de quienes nada más no la quieren en su grupo. Además no solo no se encuentra conforme con su modo de vida sino que tampoco está a gusto con su aspecto físico y es por ello que gasta lo que sea necesario para verse como sus amigas “bien”. El dinero a fin de cuentas, podía comprarle una imagen que la hiciera sentir segura y bonita, como tanto había querido, a pesar de que el dinero jamás pueda comprar la clase de una persona por más rica que esta sea.

Aparece entonces en escena Inés, una investigadora y profesora de universidad. En su caso, el vacío que sentía más que materiales, eran afectivas. Su esposo Daniel, quien en este caso es el consumista por excelencia, volcaba todas sus “deficiencias” para mostrar cariño en objetos y cosas banales y hasta cierto punto inútiles, como los gadget y las artesanías. Rodeados de lujos y comodidades de las cuales todos los ricos disfrutan presumir a sus demás amigos ricos han criado a sus dos hijos, siendo el mayor, Jerónimo, de 19 años, el reflejo de la sociedad emergente de “niños bien”.

Completamente materialista, este joven no consume tanto por necesidad como por vanidad. Vestir bien y de marca, ir a los restaurantes y antros de moda le dan “categoría”. Inclusive, su novia (una niña bien) también le da categoría. Sin embargo no tiene aspiraciones, ni oficio ni beneficio y tampoco parece querer tenerlo. Es el clásico junior que podemos aún encontrar hoy en día y en todas las sociedades mexicanas.

Por último, tenemos a Alejandra, una exitosa vendedora de bienes raíces esposa de un próspero empresario de la industria de la construcción. Ambos tan refinados como consumistas. Sin embargo, Alejandra es la primera que reconoce sus excentricidades como elemento fundamental de miembro de la sociedad tan selecta a al que pertenece; acepta que su consumismo está justificado como parte de su apariencia y la imagen que tienen los demás de ella y su familia. Alejandra, de las cuatro, es la más exigente, la más juiciosa y cerrada.

Al igual que Sofía, disfruta de comprar productos que le den categoría y mientras más caro el producto y de mejor marca sea, mayor estatus le da frente a las personas que están a su alrededor. Para ella, ante todo y lo más importante, son las apariencias.

El desdén por lo hecho en México y el deseo descarado por ser como cualquier sociedad, menos como la mexicana se encuentra presente a lo largo de toda la historia. Los personajes lo gritan a los cuatro vientos en sus maneras de conducirse, en su manera “agringada” de hablar y en sus formas de comprar y consumir.

Una sociedad hueca y fracturada, no solo como la que nos muestra la clase alta mexicana, sino en general, es víctima vulnerable que constantemente está siendo condenada a la idea de que bienestar, estatus, prestigio y respeto, son sinónimos de dinero, de bienes materiales y de membrecías selectas.

Esta obra de Loaeza, una de las mejores críticas de la sociedad mexicana, a mi parecer, retrata magistralmente lo que no solo se vivió en el D.F. en 1992, sino que muestra la realidad en todas las esferas sociales, aunque la mayoría en niveles menos ostentosos, pero que somos enfermos del mismo mal: las modas, las compañías, las aspiraciones, los deseos, las necesidades, absolutamente todo gira en torno al dinero y por ende, a las posesiones. No es ningún secreto: México más que un país capitalista, es un país completamente consumista.

5 comentarios:

payomocion dijo...

muera el consumismo!!!! mandemos todo lo que tenga que ver con la mercadotecnia, consumismo compulsiv a la goma!

Ly dijo...

tienes algo de razon, las familias mexicanas hoy en dia, no solo los de clase alta, sino tambien media y baja tratan de imitar la vida de las familias estadounidenses, esto es en su mayoria gracias a los programass de television en la que les enseñan a los niños como el ser bellos, delgados y ricos es la vida perfecta.

Anónimo dijo...

Me gusta mucho como escribes, creo que eres una persona que sabe describir y sintetizar las ideas principales. (Solo me gustaría ayudarte en membresías :) buen día, creo que tienes talento)

Unknown dijo...

Donde quedará usted mi querida y apreciada Lupita, en el Gobierno de Andrés López Obrador. Yo la recuerdo siempre apoyandolo

Unknown dijo...

Contundente y ameno, para entender un poco la sociedad en que nos tocó vivir.