Ocho años, y ocasionalmente me paseo por mi blog, leo varias entradas y suspiro. Leer y sorprenderme al descubrir que aunque algunas palabras me parezcan ajenas, fui esa persona alguna vez y gracias a ella, soy quién soy ahora. En el 2011,terminé la maestría en Educación y obtuve un puesto como docente en una universidad a los 23 en la Academia de Comunicación y Pedagogía. Me casé con el amor de mi vida, en diciembre de 2011, después de casi 5 años de noviazgo.
La vida fue buena, salvo algunas ocasionales crisis propias de la adaptación al matrimonio y el duelo no bien llevado por la muerte de mi papá. En noviembre de 2013, después de casi un año de intentos fallidos por concebir, poniendo a prueba nuestro matrimonio y nuestra paciencia, llegó nuestro positivo y en medio de un mar de bebés que llegaron en nuestras familias, en agosto de 2014 nos convertimos en papás. Obviamente, esto significó dejar atrás tantas cosas que disfrutaba de mí, pero que ya no tenían la misma importancia. Mi mundo giró en torno a mi hijo, mi matrimonio y mi trabajo en la universidad. Me perdí un poco, siendo mamá, esposa y profesora, y me hacía feliz. Por azares del destino, llegó una oportunidad laboral con recompensas a largo plazo y la tomé... de maestra, me convertí en miss de secundaria, ¡adolescentes! y me encantó, tanto, que dejé mi trabajo en la universidad y por dos años, mi vida fue estable y buena, rodeada de familia, con múltiples planes cada fin de semana. Muy pocas veces estuve a solas, pero no extrañaba esos momentos, tampoco tenía tiempo para ellos.
Entonces, a mi esposo le ofrecieron un mejor trabajo en otro estado, a 15 horas de mi ciudad natal; lo aceptamos y nos embarcamos en una nueva aventura. Por casi un año estuvimos separados, viajando en días festivos y fechas importantes, buscando dónde vivir, escuelas para mi hijo y un nuevo empleo para mí. Y bendecidos una vez más, todo se resolvió favorablemente. Encontramos una casa en un sitio tranquilo y agradable, con muchas familias jóvenes, hallamos una escuela cercana para mi hijo y con trabajo para mí, como profesora de secundaria. Todo bien. Pero empezaron a pasar los meses y comenzamos a sentir la ausencia de la familia, pasamos de agendas apretadas con compromisos familiares, días de carne asada, parques, paseos con primos, visitas a los abuelos, a encontrarnos solamente los tres. Fue duro, hasta que la misma rutina nos fue absorbiendo y nos animaban las vacaciones para regresar a los sitios en dónde hemos sido felices. Las cosas estaban resueltas.
Ahora, en medio de la pandemia, no había mayor diferencia, salvo un detalle. Una pequeña cosita que ahora mismo, mientras escribo, se ha comenzado a mover dentro de mí. Con 20 semanas de embarazo, ayer nos confirmaron que es un niño el que nacerá en octubre. Y me tiene el corazón estrujado pensar en todo lo que vivimos cuando iba a nacer mi hijo mayor y ahora nada de ello hay para este bebé. Me duele pensar en los momentos rodeados de nuestra "tribu" y verme ahora criando a una nueva personita sin ellos. Sé que esto lo viven muchas otras familias, y sé que todo estará bien y que nunca estaremos realmente solos, pero no sé... este sentimiento de rebasa de repente y el encierro no calma la situación. Me preocupan tantas situaciones pero ahora que hago un recuento de los últimos 9 años, la vida ha sido bastante generosa con nosotros. Estaremos bien y espero que todo aquel que lea este post, tanto tiempo después, sea tan bendecido como lo he sido yo.
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